miércoles

Cosmogonía




david bahena, PhD


Todas las civilizaciones se han preguntado: ¿cómo es el mundo, cuál es su forma, que tamaño tiene, cómo empezó y cuándo? ¿El mundo es finito o infinito, terminará alguna vez? Para explicárselo, se desarrollaron cosmogonías. Primero, se consideró que el mundo había sido obra de los dioses; luego, se concluyó que fue obra de la naturaleza. Después, bajo la influencia religiosa medieval la Tierra volvió a ser plana.


1- Cosmogonía antigua



1.1 Antecedentes

De la antigüedad remota se dispone de pocas fuentes de información, muchas de ellas destruidas por diversas causas, pero la idea cosmogónica común era que el mundo fue creado como una obra incomprensible de los dioses.
Descubierto en 1999, el disco celeste de Nebra, del siglo XVII a.C., perteneciente a la cultura babilónica, podría ser la representación más antigua que se conoce del cielo [22].
Según Rahlf Hansen [14], astrónomo del Planetario de Hamburgo, con el disco de Nebra se podía, en una época en la que no existían aún calendarios, determinar en cualquier punto del planeta si era primavera u otoño. Se ha interpretado que, en la época de bronce, los humanos se imaginaban el planeta como un disco plano rodeado por el cielo en forma de cúpula. Esta idea fue, sin embargo, definida por primera vez de forma escrita 1000 años después por el astrónomo, matemático y filósofo griego Tales de Mileto (aprox. 460/39 –546/45 a.C.).

Para Martín Cano [8], los puntos agrupados como los motivos geométricos serían reflejo de estrellas agrupadas en constelaciones en determinada situación estelar.
Sin embargo, no hay consenso. César González [13], perteneciente al Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid, considera que el disco "más bien puede ser una representación mítica del cosmos".
No obstante, el disco muestra figuras claramente relacionadas con el Sol, la Luna e, incluso, estrellas “puntuales”. La figuración es sintética, sencilla y con alto grado de abstracción pero, al mismo tiempo, simbólica. El cúmulo de siete estrellas bien podría representar a Las Pléyades, visibles a simple vista, desde una barca y en una noche oscura.


Disco de Nebra, s. VXII a.C.




1.2 Cosmogonía maya

La civilización maya se extendió desde 2000 a.C. hasta 1500 d.C., con su período clásico de mayor esplendor entre los años 250 y 950 d.C. Los mayas desarrollaron calendarios muy precisos, inventaron el cero al que dieron valor y utilizaron un sistema numérico vigesimal. De acuerdo a la Cuenta Larga, la presente Era o Quinto Sol se habría iniciado en el año 3113 a.C. y concluirá en 2012.
La escritura jeroglífica les permitió a los mayas calcular el paso del tiempo que registraron en monumentos, pieles de animales y códices, de los cuales, sobrevive el «Códice de Desde» dedicado a la astronomía. Posteriormente a la conquista española se escribieron varios manuscritos, entre otros, el «Popol Vuh», que es una narración mitológica sobre el origen del mundo basada en la tradición oral. El libro cuenta cómo los dioses formaron la tierra a partir del caos primigenio y crearon la luz y la vida, y luego, la creación del ser humano a partir del maíz.

Los mayas destacaron en las matemáticas, la astronomía y la arquitectura. Los monumentos seguían la orientación de la Tierra, a la que creían era cuadrada y el Sol giraba alrededor de ella. El día del solsticio, el Sol salía de una de las esquinas y se metía por la opuesta. Luego, cada día, el Sol se recorría y, al siguiente solsticio, salía y se metía por las otras esquinas.

En su visión cosmogónica, el mundo había sido creado por el dios Hunab Kú (análogo a Itzám Ná) a partir de aguas primordiales en completo reposo [19]. Antes del actual mundo habían existido otros que terminaron en diluvios. El universo maya estaba compuesto por trece cielos, que se superponían como si fuesen capas, siendo la Tierra la inferior de ellas. Los cielos eran gobernados por sendos dioses. Bajo la Tierra había otras nueve capas, que también eran regidos por dioses. La última de las capas inferiores era el inframundo presidido por el dios de la muerte.

La descripción maya de la Tierra como la capa inferior de los trece cielos superiores, tenía cuatro bordes que representaban los puntos cardinales y tenían colores distintos. El blanco era el color del norte, el amarillo el del sur, el rojo el del este y, finalmente, el negro el del oeste. El verde era reservado para el centro. En cada uno de los bordes se encontraba un jaguar, criatura mítica en la cultura maya. Los jaguares eran del color de su punto cardinal, sostenían el cielo superior a la Tierra y eran llamados Bacabs.

Los mayas creían que la Luna y el Sol atravesaban la Tierra cuando desaparecían en el horizonte cada día. El origen del Sol y de la Luna parte de la transformación de dos dioses que surgieron de la oscuridad de la noche, ya que, al principio no había ni Sol ni Luna, ni seres humanos.

Respecto a la formación de la Tierra y de la vida en ella, el origen presenta varias fases. Los dioses hicieron cuatro intentos hasta alcanzar la perfección que deseaban con la creación del hombre. Según la mitología maya, al principio no había tierra, solo existían el mar y el cielo; tampoco había plantas, animales u hombres; solamente había silencio.
Los dioses dialogaron entre ellos y decidieron crear la tierra, separando el mar y abriendo la claridad en el cielo. Después, los dioses decidieron crear a los animales, pero se dieron cuenta de que eran incapaces de hablar y tener conocimiento, por lo que quisieron realizar un nuevo intento.

Crearon entonces al hombre a partir del barro, pero éste era débil, no tenía fuerza y se deshacía. Los dioses destrozaron su creación y decidieron intentarlo nuevamente, utilizando como materia prima la madera. Sin embargo, a pesar de ser más fuerte, la madera tampoco dio el resultado deseado porque las criaturas que surgieron no tenían espíritu ni habla. Los dioses volvieron a dialogar entre ellos y decidieron destruir nuevamente su obra, enviando un gran diluvio desde el cielo y transformando a esos seres en monos. Finalmente, acordaron crear al hombre a partir del maíz y tuvieron éxito [19].
Esta cosmogonía atribuye a la colaboración entre los dioses toda la creación y la convierte en el fundamento para cualquier elemento de su existencia.

1.3 Cosmogonía babilónica

Los babilonios representaron en tabletas a la Luna, el Sol, a Venus y a Sirio, desarrollaron un calendario y utilizaron la aritmética para investigar las configuraciones de los cuerpos celestes.

De la antigua Mesopotamia, ubicada entre los tíos Tigris y Eufrates, se conserva el poema babilónico «Enuma Elis» (literalmente “Desde lo alto”) una de las más grandes creaciones literarias de la cultura mesopotámica. El poema escrito en 1500 a.C. relata en seis pequeñas tablillas de barro el origen del mundo a partir de un caos primordial.
El poema se inicia con la existencia de la pareja divina primordial, Apsu y Tiamat, de la que nacerán otras parejas divinas; los dioses del agua salada y del agua dulce mezclaron sus respectivas aguas, en un tiempo en el que el mundo como tal no existía. Luego, se describen las luchas entre los dioses jóvenes con otra Tiamat y el nacimiento de Marduk que más tarde será llevado al trono como rey de todos los dioses.

Marduk luchará contra Tiamat, a quien matará y vencerá, se apoderará de las Tablas del destino, símbolo del poder celestial y creará el mundo. Ea, el padre de Marduk, será quien cree al hombre siguiendo las instrucciones de Marduk. El primer hombre será creado a través de una mezcla de arcilla y sangre divina (la del dios Kingú, condenado a muerte). El objetivo fundamental de la creación del hombre es la de servir a los dioses a través de su trabajo y ofendas rituales [20].

Esto es, el poema describe una lucha entre el orden y el caos, éste último representado por Tiamat a la que vence Marduk. Este, dueño de todo lo formado, se dispuso a organizar el cosmos. En primer lugar, asignó las moradas de los dioses en el cielo, reservándose para sí el planeta Júpiter, el más majestuoso de todos ellos. Creó al Sol, responsable de la duración del día (y de la noche), y a la Luna, y organizó con detalle las fases de ésta, lo que le permitió establecer el calendario mesopotámico, dividiendo el año en doce “lunas” o meses mesopotámicos, cada uno de éstos bajo los auspicios de una constelación.

Con los despojos de Tiamat, Marduk construyó la Tierra: los detalles de la cara dieron lugar al relieve, mientras que los pechos sirvieron para modelar las altas montañas; las lágrimas que brotaban de sus ojos alimentaron el Tigris y el Eúfrates, y así sucesivamente. Es decir, Marduk (el viento) separó las aguas (el cuerpo de Tiamat) para formar el mundo, la tierra firme surge como sedimento de las aguas primordiales.

Por último, y tras construir su morada en el centro del mundo, Babilonia (hoy Bagdad), encargó a Ea la creación de seres que se encargaran de proporcionarles el alimento. Y la sangre de un dios, Quingu, sirvió para dar forma a la arcilla con la que fueron moldeados los primeros humanos [21].


1.4 Cosmogonía egipcia

La mitología egipcia giraba principalmente en torno a la creación, la procreación y la resurrección. Los egipcios pensaban que la sustancia de la vida provenía de una entidad de agua, Nu, a la que identificaban con el océano o con el río Nilo. Para explicar su posición en el mundo, creían en dioses que dominaban la Tierra, el Sol, los cielos, la Luna, las estrellas y el Nilo dador de vida.

En la mitología egipcia de la creación, Atum, el dios del Sol, engendró a Shu y Tefnut, dioses del aire y la humedad, y éstos engendraron a Nut y Geb, el cielo y la Tierra. Según diversas representaciones, en un principio, el cielo y la Tierra estaban unidos pero Shu, dios de la luz y del aire, con los brazos levantados separó a Nut, diosa del cielo, de Geb el dios de la Tierra quien aparece reclinado debajo. Deidades menores le ayudan. Un halcón, a la izquierda, es Horus el dios del Bajo Egipto identificado con el faraón reinante [28].

Los antiguos egipcios consideraban que el mundo tenía forma de caja rectangular, con un eje mayor orientado de norte a sur, mientras que el menor quedaba en dirección este-oeste. Pensaban que la Tierra era el fondo plano de la caja, y que en ella alternaban las tierras y los mares. Egipto se encontraba en el centro de ese plano, mientras que en la capa superior del mismo estaba el cielo, formado por una superficie metálica plana sostenida por cuatro grandes montañas localizadas en los extremos de la caja.

Sus sentidos les indicaron la forma del cielo como una superficie convexa donde había un gran número de agujeros de los que colgaban las estrellas suspendidas por cables. Los astros eran fuegos alimentados por emanaciones que subían desde la Tierra, y no eran visibles durante el día porque solamente se encendían durante la noche. Las cuatro montañas que sostenían al cielo se unían entre sí en su parte más baja, formando una red rocosa que rodeaba al mundo [11].
Durante el día, el Sol recorría el cielo de oriente a poniente y, durante la noche, rodeaba la Tierra por el norte en un barco que navegaba por el río Ur-Nes, uno de cuyos brazos era el río Nilo, escondiendo su luz de los humanos.


La creación en la mitología egipcia. El cielo y la Tierra son separados por el viento



Itzam Cab Ain, representación terrestre maya, en el Códice de Dresde




1.5 El Génesis hebreo

«El Génesis» (creación, origen, principio) es el primer libro del «Pentateuco» y, también, el primer libro de la Biblia hebrea conocido como “Antiguo Testamento”, y se refiere a la genealogía de toda la humanidad desde el comienzo de los tiempos. El Libro narra la historia del origen, la creación y el nacimiento del mundo, de la mano de Dios. Según el «Génesis», el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. El libro se atribuye a Moisés y se remontaría al siglo XV a.C.

Los primeros once capítulos se refieren al origen y creación del mundo, el hombre y la vida en general. Estos capítulos se consideran como escritos simbólicos y existen diversas interpretaciones. El capítulo uno presenta la semana de la creación, que culmina con la institución del día de reposo [12].

Según el texto bíblico, el “espíritu” (viento) de Dios se movía sobre la faz de las aguas en el primer día de la creación. En el segundo día, Dios puso el firmamento entre las aguas superiores e inferiores. En el tercer día, Dios separó la tierra firme de las aguas que quedaron abajo.

Según la Biblia de Martín Lutero, en la visión judeo-cristiana, Dios crea a la Tierra y sus habitantes, los primeros hombres son Adán y Eva [28]. Alrededor de la Tierra hay pájaros, nubes, el Sol, la Luna y las estrellas, encima están “las aguas del firmamento”.

En la interpretación mitológica del «Génesis» 1 y 2 “la Tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas”. Pero, según la fe cristiana, “Dios es el Creador de todo lo visible y lo invisible. Antes de la creación, sólo existía Dios, como “entidad indefinida”, que no creó al cosmos a partir de un caos preexistente, co-eterno con él, sino de la nada. La creación del mundo no fue un suceso instantáneo, sino un proceso continuo de evolución cósmica, en el que gradualmente se fue poniendo de manifiesto un orden cada vez mayor y más bello. Pero ese orden estaba presente desde el principio en la Inteligencia creadora de Dios, que gradualmente desplegó su plan creador en el tiempo” [18].

En el «Génesis/Bereshit» (I, 1-5), se cuenta que las tinieblas cubrían la superficie del abismo y dijo Dios: “Hágase la luz y la luz fue hecha. Y vio que la luz era buena, y dividió la luz de las tinieblas. A la luz llamó día y a las tinieblas, noche. Y así, de la tarde aquella y de la mañana siguiente resultó el primer día”.
Según esta cosmogonía hebrea adoptada por el cristianismo por carecer de una propia, es la luz el signo inicial de la manifestación y por tal, ha de ser admitido como un elemento de la Creación. Lo que primeramente hizo Dios fue crear la luz; después vino todo lo demás [30].

1.6 Cosmogonía hindú

Para los hindúes existen diversas versiones de la creación del mundo. En una antigua versión, según Hawking, el universo hindú representa a la Tierra apoyada por seis elefantes, mientras que las regiones infernales son llevadas por una tortuga que descansa sobre una serpiente.

Según los «Veda» (saber o conocimiento), el mundo surgió de un caos primordial indefinible. La concepción de la evolución es cíclica, de manera que, el universo se crea, evoluciona y destruye, y así sucesivamente [15].

Según el «Rig Veda», lo que existía al principio era el no-ser, del cual surgió el ser. Prajapati fue el creador del cielo y de la Tierra, separó la luz de las tinieblas y creó al primer hombre. En otro mito, es Brahma el que forma al mundo. Para los antiguos hindúes el universo era una superposición de tres mundos: el cielo, el aire y la Tierra, que era plana y circular. El cielo tenía siete niveles y el séptimo era la morada de Brahma; debajo de la Tierra había otros siete niveles.

La concepción budista tántrica del “Ser puro” tiene forma de “huevo del mundo”. El huevo al ser fertilizado se diferencia en una “fuerza vital” femenina, colocada en el centro, y una energía activadora masculina, representada por líneas divisorias. De estas fuerzas emerge la vida conciente.

En la “Danza de la Creación”, el dios hindú Shiva baila en su manifestación como señor de la danza. La aureola de fuego de este bronce del siglo X representa el ritmo del universo y emana de un pedestal de loto, símbolo de la iluminación. Shiva danza sobre la forma postrada del símbolo de la ignorancia humana. La mano derecha posterior lleva un pequeño tambor que simboliza la creación. La mano izquierda posterior lleva el fuego de la destrucción. La mano izquierda anterior está en la posición de “tronco de elefante”. La mano derecha anterior se sostiene en el gesto “no te asustes” [28].

El brahamanismo ofrece dos cosmogonías: la del «Rig Veda» y la que sirve de introducción al «Manava-dharma Saska» o Código del Manú. Según Manú, el mundo no existía sino en el fondo del pensamiento divino de una manera imperceptible e inefable, como envuelto en las sombras y sumergido en el sueño; entonces, la potencia, que existe por sí misma, creó las cosas visibles con cinco elementos, realizó su propia idea y disipó las tinieblas:
Más tarde, en el siglo IV a.C., en los libros del Siddarta se afirma que la Tierra es esférica, no está sostenida en el espacio y el Sol y los planetas giran alrededor de la misma.


1.7 Cosmogonía china


La concepción del universo en la China antigua se expone según la teoría del Kai t’ien registrada en el «Chou pei suan ching», tratado escrito alrededor del siglo IV a.C. La teoría Kai t’ien sostenía que el cielo y la Tierra eran planos y se encontraban separados por una distancia de 80,000 li (un li equivalente a medio kilómetro), además que el Sol tenia un diámetro de 1,250 li y se movía circularmente en el plano del cielo.

La astronomía en china se debatió entre las concepciones Taoístas (Lao Tsu en el siglo VI a.C.) y Confucionistas (Confucio, 552 - 479 a.C.). Desde 2300 años a.C. y siguientes, los chinos desarrollaron un calendario solar, observaron a Las Pléyades y los eclipses. En 1200 a.C. registraron las manchas solares y, en 532 a.C., la aparición de una supernova en la constelación del Aguila.

Por el año 207 a.C. había dos concepciones del mundo: la de Hun Thien, de “Universo esférico”, sustentada por los confucionistas y la Hsuan Yeh, de “Universo sin forma”, infinito y vacío, de corte Taoísta. Para los taoístas, el Tao era el camino de la naturaleza, del hombre y de todo proceso cósmico [9].

En 184 a.C. los chinos volvieron a registrar una supernova ahora en la constelación del Centauro y, en 393, otra en el Escorpión. En 1006 reportaron la explosión de la supernova en la constelación del Lobo y, en 1054, la que daría lugar a la nebulosa del Cangrejo.

En el siglo II d.C, se empezó a utilizar la esfera armilar como un modelo mecánico de la Tierra y el cielo, y la concepción del universo basada en la teoría del Hun t’ien (cielo envolvente), la cual, sostenía que el cielo era como un huevo de gallina, tan redondo como una bala de ballesta;y, la Tierra era como la yema del huevo que se encuentra sola en el centro (el cielo era grande y la Tierra pequeña)” [24].

En otra versión, la cosmología china describe el universo entero desde el punto de vista del yin y del yang, términos que pueden ser entendidos como lo receptivo y lo creativo, o como los principios femenino y masculino de la existencia. Nada escapa a esta relación.

El símbolo del Tai Chi, el «Gran Fundamento», o del Tao, muestra al yin y al yang como generadores de constante movimiento y cambio. El yin lleva en su interior yang potencial, y el yang, a su vez, yin potencial. Cuando yin y yang se mueven y alcanzan el estado “antiguo” o “puro”, los potenciales yin y yang se realizan: el yin deviene yang y el yang deviene yin. “El cambio” es el proceso en el que cielo y tierra y todo cuanto hay entre ambos son creados y re-creados. Cuando sale el Sol, la luna desaparece, cuando llega la primavera, el invierno se va. Yin y yang son los principios del cambio y los símbolos de la creación. En palabras de Confucio: “Como un manantial, el universo entero fluye incesantemente día y noche”. La existencia significa un cambio armonioso sobre la base del Tao. Si la armonía entre el yin y el yang se perdiera, el universo dejaría de fluir y nada podría existir [10].

El yin yang se remonta, según la tradición china, a los primeros astrónomos, o a los teóricos de la adivinación (Tsie Han Chu). De estos símbolos se hace mención en un calendario cuya historia se adentra en el siglo II a.C.

El yin y yang es un concepto fundamentado en la dualidad de todo lo existente en el universo según la filosofía oriental, en la que surge. Describe las dos fuerzas fundamentales aparentemente opuestas y complementarias, que se encuentran en todas las cosas.

La teoría del yin yang plantea que todos los objetos o fenómenos en el universo consisten en dos aspectos opuestos entre sí pero indisolubles, interdependientes, se complementan y son de obligada correspondencia. Estos dos aspectos se nombran el yin y el yang. Esta relación de conflicto e interdependencia entre ambos constituye una ley universal del mundo material.

Esta teoría es una ley y un principio de todos los fenómenos del mundo material, es la primera razón de la aparición y desaparición de todas las cosas.

Para poder simbolizar las propiedades básicas o la naturaleza del yin yang los antiguos chinos concluyeron que las propiedades básicas del yin son similares al agua: frialdad, oscuridad, tendencia hacia abajo. Las propiedades básicas del yang son similares a las del fuego: caliente, brillante, tendencia al ascenso. Todo lo que tenga características ó tendencias similares al agua es yin y todo lo que tenga características similares al fuego es yang.

Pero el yin y el yang no son una fuerza, ni una energía ni una manifestación, ni son particularidades, sino cualidades comunes a todos los fenómenos del universo. Son dos abstracciones, dos cualidades esenciales que no son posible identificarlas en nada concreto y específico sin hacerles perder su condición fundamental y su carácter universal: Son dos principios o fundamentos opuestos pero íntimamente dependientes [29].

En el siglo XII d.C. el filósofo Chu Hsi (1131 – 1200) describe su concepción del Universo: un caos primordial de materia en movimiento, con nueve esferas de vientos, en donde la materia pesada se concentra hacia el centro y la materia liviana en los bordes [9].

Según esta escuela neoconfusionista el yin y al yang estaban mezclados antes de que se formara el mundo pero luego fueron separados por la rotación del universo. El yang formó al cielo y el yin a la Tierra. Los elementos intermedios, como los planetas y seres vivos, serían proporciones variables de yin y yang [15].


La Creación de Adán, de Miguel Angel Bounarroti. La Creación
y el nacimiento del mundo de la mano de Dios



2- Cosmogonía griega



2.1 La Escuela de Atenas

Con el desarrollo de la civilización griega se inicia la comprensión del mundo como resultado de procesos naturales. Los griegos utilizaron modelos geométricos para estudiar a los planetas y representar sus posiciones.
En la antigua cosmología griega el “Caos” era la primera cosa que existió y la matriz de la cual surgió todo. Según la «Teogonía» (Origen de los dioses) de Hesíodo, y los mitos olímpicos, el Caos o Khaos es el estado primitivo, el “vasto y oscuro” vacío, del que surgió la primera deidad, Gea. En el mito pelasgo de la creación, Eurínome (la ‘diosa de todo’) surgió de este Caos y creó el Cosmos a partir de él. Para los órficos era llamado el “vientre de la oscuridad”, del que surgió el huevo cósmico que contenía el Universo, a veces mezclado con la “negra noche alada”.

a) La Tierra plana

En el siglo VI a.C., Tales de Mileto (625 – 547 a.C.) consideraba que había una unidad material en la naturaleza identificada con el agua. De esa unidad primordial, en la que todo estaba mezclado, surgieron pares de opuestos: caliente y frío, húmedo y seco, etc., cuyas interacciones produjeron a los cuerpos celestes, a al Tierra y a los seres vivos. A la Tierra se le concebía como un disco plano flotando en el centro de la esfera celeste.
Para Tales las estrellas estaban constituidas por fuego, la Luna estaba iluminada por el Sol y era invisible durante la conjunción porque estaba escondida por los rayos solares. Creía que la Tierra, el centro del universo, era plana y descansaba sobre el agua. Predijo el eclipse solar del 28 de mayo del año 584 a.C. Se presume, que hizo esa predicción mediante observaciones empíricas y con ayuda de tablas babilónicas, ya que su representación de la forma de la Tierra, no le habría permitido hacerlo por la vía teórica.

b) La sustancia infinita y eterna

Anaximandro (610 – 545 a.C.) sostenía que las estrellas constituían porciones de aire comprimido y que el Sol tenía la forma de una rueda de carro, veintiocho veces el tamaño de la Tierra. El borde de esta rueda solar contenía fuego, el que escapaba a través de un orificio. Cuando éste se obstruía, se producía un eclipse. La Luna era un círculo diecinueve veces el tamaño de la Tierra, y también tenía la forma de una rueda de carro.

El universo de Anaximandro contenía una sustancia infinita y eterna. Los planetas y los mundos se formaban al separarse de esta sustancia; luego perecían y ésta los volvía a absorber. Nuestro propio mundo debía su origen a que un movimiento de remolino hizo que los materiales pesados se hundieran hacia el centro, formando el disco aplanado que es la Tierra, mientras que masas de fuego rodeadas de aire fueron lanzadas hacia el perímetro, dando vida así al Sol y las estrellas. A pesar de que mundos individuales iban y venían, el cosmos como un todo era eterno, sin comienzo ni fin, era infinito en el tiempo y en el espacio.

c) El atomismo

Muchas de las ideas de Anaximandro se hallan en la teoría atomista de Demócrito (460 – 370 a. C.). En la cosmología de este último, toda la materia estaba compuesta de cuerpos microscópicos indestructibles denominados átomos (de la palabra griega átomo, que significa indivisible). Los átomos tenían distintas propiedades, algunos eran duros y otros blandos, otros eran suaves o ásperos, y estas diferencias explicaban la variedad de sustancias esparcidas en el universo.

La teoría griega del atomismo dio una explicación para todo, desde la naturaleza del viento hasta por qué los peces tienes escamas, por qué la luz puede atravesar un cuerno y la lluvia no. Aun cuando las substancias podían cambiar alterando sus átomos, los átomos en sí no podían crearse ni destruirse, eran eternos. Los átomos de Demócrito correspondían a la sustancia infinita de Anaximandro.
En el siglo IV a.C. la perspectiva atomista del mundo tenía dos grandes fortalezas, las que Lucrecio claramente expuso y alabó en su poema clásico «Rerum Natura» (De la naturaleza de las cosas) cerca del 60 a. C. En primer lugar, como “nada puede crearse de la nada”, y “no puede destruirse para convertirse en nada”, resulta imposible que las cosas ocurran sin una causa física. Por lo tanto, los seres humanos no debieran temer la intromisión caprichosa de los dioses. En segundo lugar, tampoco la gente debiera temer un castigo eterno tras su muerte, pues el alma, que al igual que todo lo demás está compuesta de átomos y se disipa como el viento. Ya no habrá una identidad a quien atormentar.

Al aplicar la teoría atomista al cosmos en general se obtiene un universo sin proyecto ni propósito alguno. Los átomos se desplazan libre y ciegamente a través del espacio. Cuando por casualidad, las sendas aleatorias de un gran número de átomos se entrecruzan, se crea un planeta o una estrella. Un mundo que se forme de esta manera vivirá durante un tiempo hasta que llegue el momento en que se desintegre y devuelva los átomos a sus vagabundeos.

Todos los objetos, incluyendo la gente y los planetas, son simplemente islas de orden, temporales y accidentales, en un cosmos desordenado. Con nuestro propio planeta ocurre lo mismo, y no ocupa ningún lugar de privilegio en el universo. Al igual que el cosmos de Anaximandro, el universo atomístico no posee límite de espacio ni de tiempo. Es imposible crear o destruir un universo compuesto de átomos indestructibles.

d) La armonía del mundo

Las primeras ideas sobre los movimientos de la Tierra, vale decir la rotación en torno a su eje y su revolución en torno al Sol, se atribuyen a Pitágoras (580 –520 a.C.), lo mismo que las ideas sobre la esfericidad de la Tierra, la Luna y el Sol, y sobre los movimientos de Mercurio y Venus en torno al Sol. A través de varias observaciones previas, los griegos pensaban en la redondez de la Tierra. Para los pitagóricos, debía ser esférica porque es el cuerpo geométrico más perfecto.
Los pitagóricos fueron los primeros en reconocer que el progreso del conocimiento logra, al indagar detrás del caos aparente de los fenómenos, el orden de leyes constantes. De la visión que ellos desarrollaron sobre el cosmos, enseñaron la realización de proporciones armónicas, cuya medida y forma es el número. Las diferencias cualitativas de las cosas pueden ser reducidas a diferencias cuantitativas, descubrimiento de fundamental importancia y el mayor mérito de los pitagóricos, puesto que, es la base de las descripciones que la física puede dar de los fenómenos.

Los pitagóricos demostraron su validez con un ejemplo práctico, el descubrimiento de que cuerdas igualmente tensas y de igual materia, en un instrumento musical, dan la nota fundamental, la cuarta, la quinta y la octava, si sus longitudes se relacionan como 1, 3/2, 4/3, 2. Es decir, establecieron la relación entre valores aritméticos e intervalos armónicos de la música, o sea, entre números abstractos y fenómenos naturales. Generalizando las ideas percibieron a los números como la base de todas las cosas [25].

En función de su pensamiento basado en la aritmética los pitagóricos no vacilaron en transferir al cielo lo que encontraron. Consideraron a los siete planetas, esto es, los cinco planetas visibles, más el Sol y la Luna, como las cuerdas de oro del heptacordo celeste. En la hipótesis que elaboraron, los intervalos relativos de los astros correspondían a los de los sonidos en la octava. Los pitagóricos concluyeron que en sus revoluciones los astros producían una serie de sonidos que constituían una octava. Esta hipótesis es la génesis de la armonía de las esferas, la más conocida de las doctrinas pitagóricas. Pitágoras, consideraba al orden celeste como si fuese una escala musical cuyos sonidos él percibía

Los pitagóricos, imbuidos por esa convicción de que la esfera es el más perfecto de los sólidos, predijeron la esfericidad de la Tierra y en general de todos los astros, descartando la idea de una Tierra plana. Adoptada por Platón y Aristóteles, la hipótesis de la esfericidad de nuestro planeta triunfó desde el siglo IV a.C.

Como la esfera es el más perfecto entre los cuerpos sólidos, los pitagóricos enseñaron que el círculo es la más perfecta entre las figuras. Por ello, la Escuela de Crotona atribuía órbitas circulares a los planetas [25].

Los pitagóricos pensaron al mundo natural como un Cosmos, lo que implicaba un orden racional con simetría, belleza y armonía.

e) El cosmos platónico

Con un enfoque matemático de la naturaleza, Platón (427 – 348 a. C.) estaba de acuerdo en que el mundo es un macrocosmos que se corresponde con un microcosmos, correspondiente a los órganos de los cuerpos vivos.

Algunos consideran que la astronomía de Platón, su cosmos dotado de alma, es más bien poética que científica. Sin embargo, su mérito está en haber formulado con claridad el primordial anhelo de la astronomía antigua: asimilar las apariencias observables del firmamento, siempre irregulares y complicadas, a movimientos ideales, inobservables, pero simples y regulares. Siguiendo las mismas inquietudes que los pitagóricos, Platón estaba convencido de que las figuras y los números, inmateriales e inmutables, están más cercanos a la perfección de las ideas que las cosas del mundo empírico.

Platón postulaba que todos los movimientos celestes debían realizarse en círculos, de manera que, el cielo y sus astros giraban alrededor de la Tierra. Filolao, discípulo de Pitágoras, propuso que el día y la noche eran resultado de la rotación de la Tierra alrededor de un centro cósmico llamado “corazón de universo”. Con ello, le asignaba a la Tierra un cierto movimiento. Heráclides de Ponto propuso que la Tierra gira alrededor de su eje en un día, si bien, el Sol giraba alrededor de la Tierra en un año.
Platón describió su visión de la creación cósmica en el «Timeo» (54 – 55 a.C.). Este es un “Diálogo” poético donde expone su cosmogonía. Platón describe con abundancia de detalles cuáles son las formas fundamentales inteligibles que imponiéndose a una materia primitivamente informe, han presidido la concepción y realización del orden cósmico, en la génesis de todo cuanto nos rodea en la naturaleza, bajo la acción de Demiurgo, dios geómetra soberano, que dispuso los cuatro elementos (aire, agua, tierra y fuego) en la forma y número que exige la necesaria y bella armonía matemática. Sobre los cuatro elementos, fueron puestos los seres vivos: dioses, pájaros y animales.

Según Platón, cuatro de los poliedros regulares –tetraedro, octaedro, icosaedro y cubo– que son las formas geométricas más bellas, son, respectivamente, los átomos de los elementos –fuego, aire, agua y tierra–. Pero los elementos primigenios originales constituyentes del mundo material no son propiamente estos poliedros, sino sus componentes geométricos, formados por dos clases de triángulos rectángulos –los triángulos más bellos–; uno es medio cuadrado, es decir, isósceles, que compone el cuadrado cara del cubo y otro es medio triángulo equilátero, y por tanto, escaleno, que compone las caras triangulares equiláteras de los otros tres poliedros.
La cosmogonía expuesta por Platón en el «Timeo» representa el universo en forma de esfera, que capta en sí cuantas figuras hay.

f) El universo aristotélico

Los griegos, como los hindúes y los chinos, tenían cinco elementos cosmológicos, cuatro de los cuales -fuego, aire, agua y tierra- constituían este mundo, y el quinto, el éter (o quintaesencia), los cielos. Para Aristóteles había un contraste entre las regiones terrestres y celestes. Estos no tenían vida, estaban hechos de la quintaesencia y permanecían uniformes girando en movimientos circulares.

La cosmología de Aristóteles (384 – 322 a.C.) se describe principalmente en el «De Caelo» (De los Cielos).

En ese libro presenta su imagen del mundo con la tierra esférica en el centro rodeada por esferas concéntricas que giran en torno a un polo que atraviesa el universo. Dentro de este esquema general, se distingue entre el movimiento rectilíneo y el circular y entre los cuerpos terrenos y celestes. Arguye que, puesto que los elementos son cuerpos simples y naturales, es decir, contienen un principio de movimiento dentro de sí, su movimiento natural es también simple. Ahora bien, hay que observar que los únicos movimientos simples son rectos (hacia arriba o hacia abajo) y circulares. De estos dos tipos de movimiento, el recto pertenece a los cuatro elementos. Pero, dado que todo movimiento simple es de un cuerpo simple, debe haber uno de estos cuya naturaleza sea moverse en círculo [2].
Aristóteles procede a demostrar la prioridad del movimiento circular sobre el rectilíneo, y la superioridad de los cuerpos que poseen un movimiento circular. Después de concluir que tiene que haber un cuerpo simple con un movimiento circular que es eterno por naturaleza, llega a postular la existencia del éter [3].

Con respecto a la unicidad del mundo afirma que, dado que todo elemento se mueve naturalmente en una cierta dirección y hacia una determinada meta fija, si se mueve en una dirección sólo cuando se le obliga a ello puede decirse que su movimiento natural es en dirección opuesta a aquélla. Si hay varios mundos, todos ellos tienen que estar compuestos de los mismos elementos; por tanto, los elementos de todos ellos por igual deben tener los mismos movimientos naturales. Esto significa que “toda la tierra tiene que moverse naturalmente hacia el mismo centro y todo el fuego hacia la misma circunferencia. Pero esto es imposible si hay varios mundos, cada uno con su propio centro y circunferencia. Sólo puede haber un centro y una circunferencia o, con otras palabras, sólo puede, haber un mundo”

[4]. Añade otras formas de razonamiento sacadas de la doctrina de la forma y la materia y del concepto del lugar natural de las cosas a fin de completar los argumentos antes citados sobre la unicidad del mundo.

En cuanto a la indestructibilidad del mundo, afirma que la opinión de que el mundo sea generado y destruido alternativamente no significa sino el hecho de que los elementos se combinan en una determinada forma o en otra. Pero en realidad no hay nada en ello que pueda llamarse generación y destrucción, sino sólo cambio de forma o disposición [7]. Considera, por tanto, un mundo eterno siempre cambiante pero sin principio. Este cambio está naturalmente limitado a la parte corruptible del cosmos.

El movimiento de los cielos exteriores es perpetuo y lo abarca todo, es perfecto y eterno. Puesto que está rodeada por las esferas que tienen un movimiento eterno, la Tierra ya no tiene necesidad de cualquier otro soporte. De este modo, Aristóteles desecha el mito de Atlas y la teoría de que las almas mueven los cielos tal como nuestras almas mueven nuestros cuerpos. Los cielos son esféricos y se mueven de derecha a izquierda -punto que sostenían también los pitagóricos- y tienen direcciones ascendentes y descendentes que están invertidas para nosotros que vivimos en el hemisferio inferior. Es la esfericidad del cielo, debida a que es un cuerpo primario, la que impone una forma esférica a todas las esferas subsiguientes, entre las que está la Tierra.

Acerca de las estrellas, Aristóteles afirma que están hechas de éter y emiten calor y luz por ignición del aire que está debajo de ellas, debido a la fricción causada por su movimiento

[5]. El movimiento de las estrellas no es autoproducido, sino que resulta del hecho de estar situadas en puntos fijos de los cielos que giran. La velocidad con la que cada estrella se mueve en su propio círculo es proporcional a su distancia de la esfera más exterior. Aristóteles rechaza totalmente la teoría pitagórica de la armonía de las esferas y cualquier relación entre el movimiento de las estrellas y la música.
Después de refutar las diversas teorías de la Tierra que le habían precedido, Aristóteles describe a ésta como una esfera en reposo cuyo centro corresponde al centro del universo. De hecho, tiene que haber una Tierra, pues ésta es aquello que permanece en reposo en el centro

[6]. Esta necesidad implica la existencia de su contrario, el fuego y, en consecuencia, los dos elementos intermedios, el aire y el agua. Esto a su vez implica el devenir y el cambio que son característicos de la Tierra.

En resumen, la cosmología de Aristóteles considera el elemento pesado Tierra situado en el centro del universo rodeado por una serie de esferas concéntricas, cada una de ellas con una proporción mayor de elementos ligeros, hasta que se alcanza el reino de los cielos, donde sólo está presente el éter eterno e inmutable. Todo el sistema se mueve en tomo a un eje que es el “axis mundi”. El movimiento, desandado a través de causas intermedias, vuelve a la Causa Primera que es el Motor Inmóvil, la “Causa Prima” del universo. La cualidad simbólica de este esquema puede verse cuando se contempla en su totalidad, y no es de extrañar que sirviera como modelo cosmológico de la «Divina Comedia», en la que cada esfera corresponde a un grado del ser y a un estado interior del adepto que lleva a cabo el viaje espiritual [2].

Sin embargo, el movimiento observado de los planetas en la bóveda celeste no podía explicarse suponiendo que era circular. Aristóteles, entonces, adoptó la propuesta de Eudoxio. Este modelo para explicar el movimiento de los planetas, consistía de un conjunto de esferas, cuyo centro común era la Tierra, y que giraban unas sobre otras alrededor de ejes que se encontraban a diversos ángulos [15].








La Escuela de Atenas, de Rafael Sanzio


La Biblioteca de Alejandría, en Carl Sagan (1993)


2.2. La Escuela de Alejandría

a) Las esferas concéntricas de Eudoxio

Eudoxio de Cnido (400 – 347 a. C.), de acuerdo al postulado de su maestro Aristóteles, se propuso la tarea de representar los fenómenos celestes por un modelo geométrico que solamente pusiera en juego movimientos circulares y uniformes. En su primera obra llamada «Fenómenos» describió la salida y ocultación de los astros. Fue el primer astrónomo que estableció que la duración del año era mayor en 6 horas a los 365 días.

En su segundo libro, «Las Velocidades», situó la Tierra en el centro del universo, centro de todas las revoluciones celestes, e hizo moverse a las estrellas, el Sol, la Luna y los planetas por esferas con movimiento concéntrico a la Tierra. Para las estrellas fijas le bastaba una esfera que giraba, en 24 horas, alrededor de un eje con orientación norte-sur. Pero los movimientos mucho más complicados e irregulares de los planetas exigían para cada uno de ellos un grupo autónomo de esferas. Eudoxio encontró que, elegidas convenientemente las inclinaciones de los ejes, las velocidades y el sentido de rotación, un sistema de veintisiete esferas bastaba para representar los movimientos de los astros tal como aparecen vistos desde la Tierra y proyectados sobre la bóveda celeste.

Eudoxio también trazó un mapa del cielo desde un observatorio construido por él mismo a orillas del Nilo, elaboró diversos calendarios y el registro de los cambios estaciónales, estudios meteorológicos y crecientes del Nilo [25].

b) El modelo heliocéntrico de Aristarco

Aristarco de Samos (310 – 230 a.C.) enseñó que la Tierra está en órbita alrededor del Sol. De acuerdo con Arquímedes (287 – 212 a.C.). “La hipótesis era que las estrellas fijas y el Sol son estacionarios, que la Tierra se mueve en órbita circular alrededor del Sol, el cual está a la mitad de su órbita”.

Aristarco puso en duda todo el modelo geocéntrico griego y postuló que la Tierra gira en 24 horas y se traslada en torno al Sol en un año. Pensador de la época de Aristóteles, profundizando la hipótesis de Heráclito del Ponto, que había admitido que Marte y Venus giran en torno del Sol, y creía que éste juntamente con los otros planetas gira en torno a la Tierra, tuvo el valor de propugnar la hipótesis según la cual todos los planetas, incluso la Tierra, describían círculos en torno al Sol. Su lúcida visión, que invirtió las apariencias, movió la Tierra e hizo retroceder las estrellas hacia un infinito inconcebible.

Los griegos fueron los primeros en tratar de medir con métodos prácticos las dimensiones del mundo. Aristarco midió la distancia entre la Tierra y el Sol. Para ello, midió la posición de la Luna en el momento en que la fase lunar se encontraba a la mitad. Mediante geometría encontró la relación entre los radios de la órbita lunar y terrestre. Sin embargo, el método era impreciso.

Aristarco parece haber basado su modelo en la determinación que hizo de las distancias al Sol y la Luna, propuso un método conceptualmente impecable, pero su difícil aplicación lo llevó a subestimar el tamaño del Sol, creyéndolo sólo siete veces más grande que la Tierra. Pero siendo siete veces mayor le pareció natural que fuese el Sol el centro del universo y no un astro subordinado a la Tierra. En su trabajo, también dibujó las órbitas planetarias en el orden que ahora las conocemos. Pero la proposición de Aristarco, extraña a las ideas de la época y con menos soportes matemáticos que los sistemas geocéntricos, no fue tomada en cuenta por sus contemporáneos o sus sucesores [25].
Apolonio de Pérgamo, en el siglo II a.C., había planteado que los planetas se mueven uniformemente alrededor de la Tierra en un círculo. Sin embargo, la Tierra no estaba en el centro de tal círculo sino a un lado. Consecuentemente, un planeta moviéndose en estos círculos excéntricos variaba su distancia a la Tierra y, por tanto, su aparente velocidad cruzaba el cielo. Luego propuso que el movimiento era en complicados epiciclos.

c) La redondez de la Tierra

Los primeros modelos cosmológicos griegos del siglo VI a.C. suponían una Tierra plana. Sin embargo, en los siguientes dos siglos los griegos aprendieron y aceptaron que la Tierra era redonda. Aristóteles, en el siglo IV a.C., da varios argumentos por los cuales la Tierra debe ser redonda. En primer lugar porque cuando un barco se aleja de un puerto primero desaparece el casco y por último las velas. La altura del polo celeste aumenta al viajar al norte. Desplazándose hacia el sur aparecen estrellas que están siempre ocultas en Grecia. Por último, menciona que la sombra de la Tierra que podemos ver en los eclipses de Luna, es siempre un arco de círculo y sólo una esfera arrojaría una sombra con esas características

Eratóstenes de Cyrene, actual Libia, (276 – 194 a. C.), astrónomo y geógrafo de la escuela de Alejandría, fue contemporáneo de Aristóteles y Apolonio, y estuvo a cargo de la Biblioteca del Museo de Alejandría. Eratóstenes sabía que el Sol estaba muy lejos de la Tierra, por lo tanto los rayos solares que llegan a la Tierra son todos prácticamente paralelos. También conocía que en Siena, cerca de la moderna Assuán (en el extremo sur del río Nilo), en el solsticio de verano, al mediodía, los rayos solares llegan al fondo de un pozo. En ese mismo día el Sol no pasa por el cenit de Alejandría sino a 7.2º de él. Entonces, razonó correctamente que eso se debía a la curvatura de la Tierra y que la vertical de Alejandría formaba en el centro de la Tierra un ángulo semejante con la vertical de Siena. Midiendo la distancia entre Alejandría y Siena obtuvo una medida para el perímetro y el radio terrestres [25].

d) Hiparco y el movimiento del Sol

Hiparco de Nicea (190 – 120 a.C.) es considerado como el más grande astrónomo de la antigüedad y uno de los mejores observadores del cielo que la historia conoce. Descubrió la precesión de los equinoccios, es decir, del desplazamiento de los puntos equinocciales –puntos comunes a la eclíptica y al ecuador celeste– a lo largo de la eclíptica. Para esto desarrolló un procedimiento ideado por Aristarco procediendo a medir la distancia y tamaño de la Luna.

Hiparco también determinó la posición y el brillo relativo de casi mil estrellas, creando el primer catálogo estelar. Su escala de los brillos aparentes, que distingue seis magnitudes, está en la base de la actual clasificación fotométrica de las estrellas.

Inventó la trigonometría esférica que aumentó la potencia del cálculo, introdujo la división del círculo en 360 grados y dotó a la astronomía de nuevos instrumentos. Conocedor de la distancia y de los movimientos de la Luna y en posesión de una teoría mejor que la de sus predecesores acerca de la órbita solar, Hiparco pudo satisfacer la principal exigencia práctica de la astronomía antigua: la predicción de eclipses, problema para el cual los griegos, antes de él, no tenían mejor método a su disposición que el “Saros” de los babilonios.

Sólo ha sobrevivido uno de sus trabajos, llamado «Comentarios sobre Aratus y Eudoxus». Fue escrito en tres libros: en el primero nombra y describe las constelaciones, en el segundo y tercero publica sus cálculos sobre la salida y entrada de las constelaciones, al final del tercer libro da una lista de las cerca de mil estrellas brillantes mencionadas anteriormente. En ninguno de los tres libros hace comentarios sobre matemáticas astronómicas, lo que implica que no utilizó un solo sistema de coordenadas sino varios [25].

Con posterioridad fue reconstruido el modelo de Hiparco sobre el movimiento del Sol y el de la Luna. En este modelo, la Luna se mueve en un epiciclo cuyo centro se mueve alrededor de la Tierra en un círculo diferente. Los parámetros de Hiparco fueron calculados a partir de los registros de eclipses y de las relaciones encontradas en las tablas astronómicas babilónicas. En el primer modelo, el Sol orbitaba a la Tierra en un círculo, moviéndose del centro del círculo con velocidad angular uniforme en 364.25 días. El Sol perecía moverse cruzando el cielo con una velocidad que variaba pero no era uniforme. La Tierra no podía ser localizada en el centro del círculo sino que debía ser “excéntrica”. Con ello, se podían reproducir las estaciones del año.

e) El modelo geocéntrico de Ptolomeo

Ptolomeo (85 – 185 d.C.) reportó sus observaciones en el «Almagesto», una obra magistral que proporciona modelos geométricos y tablas relacionadas sobre los movimientos del Sol, la Luna y los planetas conocidos en ese tiempo. También contiene un catálogo de cientos de estrellas ordenadas en cuarenta y ocho constelaciones.

Tres siglos separaron a Hiparco de Ptolomeo. En el «Almagesto» [1], Ptolomeo demostró que todos los parámetros importantes de su modelo podían ser comparados con las observaciones, aunque había dificultades en el caso de la Luna. También ordenó a los cuerpos celestes en la siguiente forma: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y las estrellas fijas, éstas últimas ocupando la esfera más externa. La Tierra fue colocada en el centro y los demás cuerpos giraban alrededor de ésta.

Heredero de la concepción del universo de Platón y Aristóteles, su método de trabajo difirió notablemente de éstos, pues mientras los primeros dan una cosmovisión del universo, Ptolomeo es un empirista. Su trabajo consistió en estudiar la gran cantidad de datos existentes sobre el movimiento de los planetas con el fin de construir un modelo geométrico que explicase dichas posiciones en el pasado y fuese capaz de predecir sus posiciones futuras [26].

Se ha estimado que la ciencia griega tenía dos posibilidades en su intento de explicar la naturaleza: la explicación realista, que consistiría en expresar de forma rigurosa y racional lo que realmente se ocurre en la naturaleza; y la explicación positivista, que radicaría en expresar de forma racional lo aparente, sin preocuparse de la relación entre lo que se ve y lo que en realidad es. Ptolomeo afirma explícitamente que su sistema no pretende descubrir la realidad, siendo sólo un método de cálculo. Es lógico que adoptara un esquema positivista, pues su teoría geocéntrica se opone flagrantemente a la física aristotélica: por ejemplo, las órbitas de su sistema son excéntricas, en contraposición a las circulares y perfectas de Platón y Aristóteles.

Ptolomeo catalogó muchas estrellas, asignándoles un brillo y magnitud, y estableció normas para predecir los eclipses.

Su aportación fundamental fue su modelo del universo: creía que la Tierra estaba inmóvil y ocupaba el centro del universo, y que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas, giraban a su alrededor. A pesar de ello, mediante la técnica del epiciclo-deferente, cuya invención se atribuye a Apolonio, trató de resolver con bastante éxito los dos grandes problemas del movimiento planetario:

1.- La retrogradación de los planetas y su aumento de brillo mientras retrogradan.
2.- La distinta duración de las revoluciones siderales.
Sus teorías astronómicas influyeron en el pensamiento astrónomo y matemático científico hasta el siglo XVI.
Aunque Ptolomeo debe su fama a la exposición de su sistema geocéntrico, su saber fue mucho más allá, pues, recopiló los conocimientos científicos de su época, a los que añadió sus observaciones y las de Hiparco de Nicea, y formó 13 volúmenes que resumen quinientos años de astronomía griega y que dominaron el pensamiento astronómico de occidente durante los catorce siglos siguientes. Esta obra llegó a Europa en una versión traducida al árabe, y es conocida con el nombre de «Almagesto» (Ptolomeo la había denominado Sintaxis Matemática).


El tema central del «Almagesto» es la explicación del sistema ptolomaico [26].

Según dicho sistema, la Tierra se encuentra situada en el centro del universo y el Sol, la Luna y los planetas giran en torno a ella arrastrados por una gran esfera llamada "primum movile", mientras que la Tierra es esférica y estacionaria. Las estrellas están situadas en posiciones fijas sobre la superficie de dicha esfera. El Sol, la Luna y los planetas están dotados además de movimientos propios adicionales que se suman al del “primun movile”. Ptolomeo afirmaba que los planetas describen órbitas circulares llamadas epiciclos alrededor de puntos centrales que, a su vez, orbitan de forma excéntrica alrededor de la Tierra. Por tanto la totalidad de los cuerpos celestes describen órbitas perfectamente circulares, aunque las trayectorias aparentes se justifican por las excentricidades. Además, en esta obra ofreció las medidas del Sol y la Luna y un catálogo de 1028 estrellas.

La teoría ptolomaica es insostenible porque parte de la adopción de supuestos falsos, sin embargo, es coherente consigo misma desde el punto de vista matemático. A pesar de todo, su obra astronómica tuvo gran influencia en la Edad Media, comparándose con la de Aristóteles en filosofía.

El hecho de que su equivocada teoría haya permanecido tanto tiempo no dependíó de él sino de las comunidades principalmente religiosas que se encontraron muy cómodas con la teoría geocéntrica y la compatibilidad con sus creencias [27].

El «Almagesto» describe con todo detalle la cosmología grecorromana: la Tierra en el centro del universo, esférica y de tamaño despreciable, rodeada por ocho esferas concéntricas. Las siete primeras corresponden a los planetas conocidos entonces (la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno) y la octava a las estrellas fijas. Más allá podría haber otras esferas transparentes e invisibles, sin astros, terminado en el “primum mobile” cuyo movimiento arrastraría el de todas las demás. Para explicar los movimientos anómalos de los tres planetas exteriores (Marte, Júpiter y Saturno), que a veces se adelantan y a veces se atrasan respecto a las estrellas fijas, Ptolomeo recurrió a la teoría de los epiciclos de Apolonio de Pérgamo, que supone que cada uno de estos astros realiza un movimiento circular alrededor de su propia esfera, que se superpone al de ésta alrededor de la Tierra.

El «Almagesto» consta de 13 volúmenes [1], a saber:
1. El primer libro que expone el sistema geocéntrico;
2. El segundo libro discute la periodicidad de los equinoccios y la longitud del año;
3. El tercer libro discute los solsticios y equinoccios;
4. En el cuarto libro se exponen estudios de la Luna definiendo el mes sinódico; 5. En el quinto libro se trata sobre la corrección de paralaje de las posiciones del Sol y la Luna;
6. En el sexto libro se expone una medida del diámetro aparente del Sol y la Luna mostrando un método de predicción de eclipses;
7-8. En los séptimo y octavo libros, se muestran como las posiciones relativas entre las estrellas son fijas. El octavo libro constituye un catálogo de las estrellas australes conocidas por él; 9-13. Finalmente en los últimos cinco libros se muestra el método de Ptolomeo para calcular las posiciones y trayectorias de los planetas exponiendo en detalle el sistema de epiciclos.

Modelo de Ptolomero
Matemática y Pitágoras


Platón y Aristóteles




3- Cosmogonía islámica y cristiana



3.1 Cosmogonía islámica

La cosmogonía islámica recurre constantemente a la idea de esfera: los siete cielos se representan como siete tiendas superpuestas. La noción de esfera y de movimiento orbicular domina siempre y expresa la perfección.

Mahoma (570 – 672 d.C.), es el “último” profeta cuya vida está descrita en el «Corán», libro sagrado de los musulmanes. Posteriormente, en Bagdad fue traducido al árabe el «Almagesto» de Ptolomeo al cual le hicieron algunos cambios. El primero, fue el calendario lunar para ajustarlo a los tiempos del pre-islam; el segundo, concerniente a los tiempos de oración.

Los astrónomos islámicos descubrieron las identidades trigonométricas básicas que simplificaron los cálculos de las esferas celestes.

De acuerdo al «Corán» “nadie sino Dios puede conocer el futuro”. Los modelos planetarios de Ptolomeo fueron apoyados por observaciones y, a tal propósito, se construyeron instrumentos y observatorios astronómicos. Abd al-Rahman al-Sufi (903 – 986) actualizó el catálogo de estrellas del «Almagesto».

Se considera que, con la posible excepción de lbn Rushd (Averroes, 1126 – 1198) nadie, en el marco de la civilización islámica, merece más la comparación con Aristóteles que lbn Sînâ (980 – 1037 d.C.) conocido como Avicena.

. Seyyed Hosein Nasr [16] ha estudiado cuál sería el lugar de la cosmología de Avicena, y de la cosmología en general, dentro de la perspectiva de la tradición islámica. Avicena hizo grandes contribuciones a muchas ramas del conocimiento islámico a pesar de haber usado la cosmología aristotélica así como ideas platónicas y neoplatónicas. El efecto de las condiciones impuestas a su pensamiento por la tradición islámica puede verse claramente en muchos puntos en que difirió de sus predecesores griegos, como las diferencias entre su metafísica y la de Aristóteles.

El «Corán» contiene en un lenguaje velado el germen de la cosmología islámica. Pero, al igual que el arte musulmán hizo uso de influencias persas y bizantinas al tiempo que permanecía completamente islámico, también la cosmología islámica, aunque fiel al ideal coránico, hizo uso del pensamiento griego como medio de expresión.
Se utilizaron tanto el sistema geocéntrico de Aristóteles y Ptolomeo como, ocasionalmente, el sistema heliocéntrico, similar al de los pitagóricos, cada uno de los cuales proporcionaba a su modo el marco del viaje del hombre hacia Alá [23]. Pero cuando la cosmología se utilizaba como instrumento del pensamiento islámico, por lo general se separaba de la razón discursiva y se presentaba en su sentido simbólico, como un icono para la contemplación [16].

Las imperfecciones del modelo ptolemaico con el punto de vista físico del cosmos de Al-Sufi, expresadas en su «Hipótesis Planetaria», plantearon dudas e inconsistencias, especialmente con relación al movimiento de los planetas que aumentaba y disminuía cuando debiera ser uniforme.

Averroes aceptó que las predicciones ptolemaicas debían de ajustarse a los movimientos observados pero solamente esferas concéntricas podrían componer al universo.

3.2 Cosmogonía medieval latina

La Edad Media es un período que va de la caída del imperio romano (siglo II) a la de Constantinopla (1453), dominado por el cristianismo. Como en el Islam, la religión cristiana demandaba respuestas que requerían el estudio del cielo. La Tierra volvió a ser plana y el mundo solo podía estudiarse a través de la «Biblia», eran los ángeles los que movían a los planetas.

Con la fundación de las universidades, la de Paris se convirtió en el centro intelectual del cristianismo. Con base en la analogía aristotélica entre el macrocosmos y el microcosmos, los médicos utilizaron a la astrología como una guía para el tratamiento de pacientes. Gerardo de Cremona (1114 – 1187) tradujo muchas obras del Islam y de los griegos. Tomas de Aquino (1225 – 1274) propagó una cosmología basada en Aristóteles. Entonces, su doctrina se volvió dogma de fe y posición oficial de la iglesia cristiana.

El cosmos de la cristiandad está representado por la «Crónica de Nuremberg» [17], publicada en 1493. En el centro se describe la región de los cuatro elementos rodeada por las siete esferas planetarias, después está la esfera del firmamento. En el exterior de las esferas está en trono de Dios con nueve órdenes de ángeles.

Entonces, fue creada una novena esfera para Dios. La filosofía de Aristóteles requería que todos los movimientos tuvieran una causa. La fuente última fue Dios, quien actuaba directamente en el movimiento de la más externa de las esferas. Para las otras, tenía asignada una inteligencia espiritual, inmaterial o ángel, que movía cada esfera con movimiento circular uniforme. Así, para ajustarse a las «Escrituras», Dios había impreso un ímpetu a cada esfera en el momento de la creación.

Durante este período no existieron observatorios astronómicos. Sin embargo, como los islámicos, los filósofos naturales empezaron a poner en duda al sistema de Ptolomeo. Hacia el siglo XIV se construyeron relojes mecánicos (públicos) de alta complejidad, los más sofisticados fueron astronómicos y eran una réplica del universo medieval e incluían las fases y eclipses de la Luna, desplegaban las 24 horas, y el tiempo de salida y puesta del Sol.

La invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, transformó la situación al hacer posible la edición de libros. En 1474 fue impreso un libro de Johannes Müller de Königsberg (Regiomontano, 1423 – 1461). El «Almagesto» de Ptolomeo fue impreso en 1496.
Pronto vendrían nuevas ideas que cambiaron la visión del mundo



Referencias

[1] Almagesto 2009, en http://es.wikipedia.org/wiki/Almagesto
[2] Aristóteles 2009, en De Caelo, en The Works of Aristotle, dir. por W.D. Ross, vol. II, lib. I, 2.
[3] Ibid., lib. I, 3.
[4] Ibid., lib. I, 8.
[5] Ibid., lib. II, 7.
[6] Ibid., lib. II, 14.
[7] Ibid., lib. III, 1-3.
[8] Cano M. 2009, enhttp://es.geocities.com/martincanot/escudo.html
[9] China 2009, en www.tayabeixo.org/historia/his_china.htm
[10] China 2009, en www.nematollahi.org/revistasufi/leertex.php?articulo=52
[11] Egipcia 2009, en www.quellegamos.com/imagenes3d/2009/01/cosmogonia-egipcia/
[12] Génesis 2009, en http://es.wikipedia.org/wiki/Bereshit
[13] González G. 2009, en http://elsegundoluz.com/revista/index
[14] Hansen R. 2009, en www.dw-world.de/dw/article/0,1564,1342926,00.html
[15] Hacyan S. 1986, El Descubrimiento del Universo, FCE.
[16] Hosein Nasr 2009, Vida y pensamiento en el Islam, ed. Herder, cap. VII, pp. 119-135. en
http://www.robertexto.com/archivo18/arist_avicena.htm
[17] Hoskin M.A. 19997, The Cambridge Illustrated History of Astronomy, Cambridge University Press.
[18] Iglesias D., Mitos Hebreos, en http://lmillau.blogspot.com/2008/09/mitos-hebreos.html
[19] Mayas 2009, en www.cervantesvirtual.com/historia/TH/cosmogonia_maya2.shtml
[20] Mesopotamia 2009, en
http://mitosyleyendas.idoneos.com/index.php/%C2%BFQu%C3%A9_es_una_cosmogon%C3%ADa%3F
[21] Mesopotamia 2009, en www.cervantesvirtual.com/historia/TH/cosmogonia_mesopotamia.shtml#4
[22] Nebra 2009, en es.wikipedia.org/wiki/Disco_celeste_de_Nebra
[23] Nicholson R.A. 1967, Studies in Islamic Mysticism, Cambridge.
[24] Paz I.E. 2009, en
www.unicauca.edu.co/aida/articulos/2008/8/10/Comunidad/Divulgacion/Historia_de_la_
Astronomia/Astronomia-en-la-China-antigua-hasta-la-dinastia-Han/
[25] Pitágoras 2009, en www.astrocosmo.cl/b_p-tiempo/b_p-tiempo-04.02.htm
[26] Ptolomeo 2009, en http://es.wikipedia.org/wiki/Claudio_Ptolomeo
[27] Ptolomeo 2009, en www.astromia.com/biografias/tolomeo.htm
[28] Sagan C. 1993, Cosmos, Planeta.
[29] Salado C. 2009, en www.saurayi.com/articulos/yin_yang.htm
[30] Vázquez C. 2009, en http://carlosvazquez.iruya.com/index.php?/archives/109-
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